I'll never learn to put up a guard
So keep, my love, my candle bright
Learn me hard, learn me right
4 de junio de 2012
Between the drinks and subtle things,
the holes in my apologies
Pobre vida atormentada, existencia repleta de vasos vacíos, espejos hechos añicos, costuras deshilvanadas, esperanzas fallidas y rostros descompuestos.
Desde el primer momento en el que percibió el mundo de su alrededor deseó no haber tenido nunca uso de razón, haber vivido en la inconsciencia, en la ignorancia de todo mal, de todo miedo.
No fue hasta aquel momento, al tropezar con sus propios pies, cuando se dio cuenta de la fragilidad de lo que ella creía firme, de que ni siquiera el suelo llano le salvaba de caer, de que ni siquiera su cuerpo, aún joven, le prometía seguridad.
Observó extrañada ante unos ojos que ya no se le antojaban propios cómo el siguiente paso a dar no estaba predestinado.
El miedo estaba escrito en su frente.
Mil y un sensaciones hasta ahora desconocidas para ella se presentaron de golpe, sin llamar.
Despertó de su letargo.
La sorpresa le devolvió a la vida.
Jinete del sol, fuente de luz, tomó las riendas y se perdió en el ocaso.
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Como habréis ido observando desde que el blog nació, no todas las entradas van en orden, no todos los textos corresponden al día de su publicación -tal y como muestran las fechas al principio de estos-. He ahí el significado del nombre "Cajón de sastre". No sé cuántos relatos conservaré en total, pero comencé a escribir bastante antes de publicarlos online y...creo que, aunque el estilo ha podido cambiar a lo largo del tiempo, merecen también ver la luz. Un recuerdo por aquí, un sentimiento olvidado por allá: son momentos en palabras, y todos tienen cabida en este blog. Aunque muchas veces parezcan carecer de sentido, es solo en apariencia; hay que detenerse, reflexionar...
Espero que os haya servido esta "explicación". Muchísimas gracias a los que pasáis por aquí y disfrutáis de los textos y a aquellos a los que no os gustan tanto, cualquier crítica será bien recibida.
Y hay otros: los recuerdos buscando aún qué morder
como dientes de fiera no saciada.
Buscan, roen el hueso último devoran
este largo silencio de lo que quedó atrás.
Y todo quedó atrás, noche y aurora,
el día suspendido como un puente entre sombras,
las ciudades, los puertos del amor y el rencor,
como si al almacén la guerra hubiera entrado
llevándose una a una todas las mercancías
hasta que a los vacíos anaqueles
llegue el viento a través de las puertas deshechas
y haga bailar los ojos del olvido.
Por eso a fuego lento surge la luz del día,
el amor, el aroma de una niebla lejana
y calle a calle vuelve la ciudad sin banderas
a palpitar tal vez y a vivir en el humo.
Pablo Neruda
El hielo se fundía un poco cada día con los rayos de la aurora, las cuchillas de sus patines fueron perdiendo destreza para deslizarse. Mientras, el agua las oxidaba, como reclamando la presencia del dueño de las piruetas en tierra firme.
La espiral que fue trazando sobre la pista durante el invierno le absorbía, su fuerza centrípeta se convertía en un imán, impedía el paso de las estaciones, congelaba su voluntad. Él se sentía en el estanque, admiraba su habilidad, y su conciencia parecía inmutable ante la llamada de la luz, luz de un alba que se iría adelantando con cautela, ansiosa por colorear el paisaje nevado y rescatar los sentimientos de su cautiverio.
Se detuvo en el centro de la pista. Siempre creyó que la vida estaba repleta de días, caídas, equilibrios, cortes y aire, de ese puro y helado, que dificulta la propia respiración. ¿Por qué no enfrentarse a ellos en un lugar conocido, adherido a su alma, perfectamente familiar? Su consuelo era prever el lugar exacto del que su estabilidad pendía, el instante preciso en que debía girar para no precipitarse. La vida no regalaba jamás tales ventajas, pensaba.
Los meses de invierno eran su tregua, su prólogo del dolor de una existencia vacua en la que las cuchillas sesgaban su corazón a falta de hielo. Después, su andar se volvería pesado, el gélido aire no frenaría el paso de las lágrimas, él nunca podría conocer la primavera por nublarse, con ellas, su vista.
Persistió en su arte, el último deje de pasión perceptible que cada 21 de diciembre llamaba a su puerta. No dejaría que se marchara, no le concedería la llave, no todavía.