domingo, 22 de enero de 2012

Agujas y fuego

21 de febrero de 2011


Ella cosía, se ocupaba de hacer encajar detalles y sueños de lo más dispares con el suave y fino tejer de sus agujas, hilvanaba vidas.




Tras treinta años entre retales de hilos y telas, le parecía imposible ya su existencia sin algo entre manos hasta que, un gélido día de invierno, al calor de su chimenea de piedra desgastada, se pinchó justo en el centro de la yema del dedo corazón: fue como si se abriera un surco en su alma, también compuesta por pedacitos de recuerdos e ideas pero sujetos inconscientemente con la fibra invisible más resistente que, aquel lejano día de su ya pasada juventud, encontró en el mercado.


Echó la vista atrás y rescató de los cajones empolvados de la biblioteca de su mente el momento que le llevó a tomar las agujas de coser para crear e inventar algo que nunca nadie pudiera resquebrajar, tal y como hicieron con su virgen corazón. Desde entonces, dedicó cada segundo de su tiempo a vivir del tacto y la vista y aparcó a un lado el olfato, el oído y el gusto: fueron quienes le tendieron la trampa mortal y le permitieron dejarse embaucar por la fragancia, el sabor y las promesas que emanaban de la boca de la ilusión por sentirse querida. El frío que aquella interrumpida esperanza le causó, intentó abrigarlo con cada prenda resultante de sus manos al amparo del fuego, pero nunca fue suficiente.


El color carmín de aquella fina gota de sangre nubló la estancia, pero le hizo despertar del sueño del que ella misma fue somnífero. El casi imperceptible pinchazo rasgó todo lo cosido para hacer brotar una nueva percepción del mundo mucho más completa: englobaba los cinco sentidos.
El metal de sus agujas se fundía en el fuego y en el salón ya no quedaban más que los ligeros copos de nieve que habían congelado sus emociones, la chica de la inocencia perdida había escapado por la puerta entreabierta en busca de sensaciones aún por conocer.

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