martes, 24 de enero de 2012

El invierno perdura

24 de enero de 2012



You can get addicted to a certain kind of sadness

Like resignation to the end, always the end





El hielo se fundía un poco cada día con los rayos de la aurora, las cuchillas de sus patines fueron perdiendo destreza para deslizarse. Mientras, el agua las oxidaba, como reclamando la presencia del dueño de las piruetas en tierra firme.


La espiral que fue trazando sobre la pista durante el invierno le absorbía, su fuerza centrípeta se convertía en un imán, impedía el paso de las estaciones, congelaba su voluntad. Él se sentía en el estanque, admiraba su habilidad, y su conciencia parecía inmutable ante la llamada de la luz, luz de un alba que se iría adelantando con cautela, ansiosa por colorear el paisaje nevado y rescatar los sentimientos de su cautiverio.


Se detuvo en el centro de la pista. Siempre creyó que la vida estaba repleta de días, caídas, equilibrios, cortes y aire, de ese puro y helado, que dificulta la propia respiración. ¿Por qué no enfrentarse a ellos en un lugar conocido, adherido a su alma, perfectamente familiar? Su consuelo era prever el lugar exacto del que su estabilidad pendía, el instante preciso en que debía girar para no precipitarse. La vida no regalaba jamás tales ventajas, pensaba.


Los meses de invierno eran su tregua, su prólogo del dolor de una existencia vacua en la que las cuchillas sesgaban su corazón a falta de hielo. Después, su andar se volvería pesado, el gélido aire no frenaría el paso de las lágrimas, él nunca podría conocer la primavera por nublarse, con ellas, su vista.


Persistió en su arte, el último deje de pasión perceptible que cada 21 de diciembre llamaba a su puerta. No dejaría que se marchara, no le concedería la llave, no todavía.

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