lunes, 15 de abril de 2013

Desiertos



 20 de marzo de 2013

I was chasing demons in the desert of my pain.
You know me better than the poison in my veins.
So, my love, remember when God forgets my name.


Cuántos finales capturan nuestros ojos y qué pocos comienzos. Cuánto brillo despide el carrete que enjaula la despedida y cuántas lágrimas suscita. Estanca en la garganta todo el aire que ansíe alcanzar el corazón. Lucha por bombear, mas parece condenado a detenerse.

El asfalto desprendía calor, ella podía respirarlo mientras el motor ensordecía sus sentidos. No había horizonte, tan solo un sol incandescente que parecía permanecer inmóvil en un cielo limpio de nube y agua. El tiempo no corría, pero ella sentía la velocidad, el aire en el rostro, el polvo del desierto. No buscaba oasis alguno. Creía que no eran más que una trampa que consumía la valentía y encadenaba el cuerpo, temeroso de alejarse por no llegar a su destino. No hay peor condena que quedar atrapado en el camino.

Continuó. Era desafortunada, pensaba. Ella recordaba el comienzo, tal vez demasiado claramente. Aquel retazo de vida se había aposentado en su memoria y no planeaba marcharse. Recordaba también la intensidad del final, pero su añoranza se empeñaba en anular cualquier dolor para solo aferrarse a la inocente ilusión que baña toda historia naciente.

Pero el fuego de una hoguera encendida tiempo atrás no es capaz de calentar un cuerpo ya muy alejado de las cenizas. Era consciente, por eso decidió viajar, conducir por desiertos, anhelando respirar un calor certero, real, que le provocara sed, que le hiciera sentir su piel. Y así llegó a otro continente, sin huir, solo buscando. El desierto es conocido por borrar huellas, y por su soledad, su reconfortante soledad. "Nadie te perseguirá entre dunas, ni tú podrás seguir las pisadas de otros que hayan querido perderse en sus arenas".

Así fue cómo ella logró borrar su rastro y emprender un nuevo rumbo. Venció a la nostalgia, logró olvidar principio y final, su corazón no debió detenerse. Pero no encontró esa soledad de la que todos hablaban, y no quería hallarla. El asiento a su derecha no estaba vacío, ya nunca lo estaría.

jueves, 7 de marzo de 2013

Tiempo a medida

7 de marzo de 2013

Does he know when you're sad?
You don't like to be touched,
Let alone kissed.
Does he know where your lips begin?
 


Tres lavadoras, dos secadoras, 70 minutos, fin. Vivía en un universo tan alejado de lo que conocía como real que el calendario solo marcaba el paso del tiempo los domingos, tachados cada dos semanas.

Enjuagaba su mente mientras observaba las máquinas y su centrifugado, vuelta tras vuelta. Sus pensamientos se ahogaban al acurrucarse, ya sin voluntad, entre los pliegues de su ropa. Al principio siempre luchaban por huir del torbellino, pero ella se encargaba de candarlos, de que el agua penetrara por cada espacio abierto, de que obnubilara cualquier rastro de conciencia.

Ella había comprendido lo bruto de la vida. Lo costoso que resultaba deshacerse del regusto amargo de un segundo de dolor y la frustración de no poder conservar lo dulce de la hilaridad. Para qué renegar de todo aquello pretendiendo que se es dueño del reloj. Por eso se aislaba, la intensidad con la que siempre vivió la había estrepitado repetidamente contra el suelo, las cicatrices nunca desaparecían, y ella ya no podía recordar ni la felicidad ni su sonido.

Cerró la secadora con intensidad, los veinte minutos de aquellas tres lavadoras no estaban dando resultado. Sus ideas peleaban, vehementes. Ansiaban inundar sus ojos. El agua se volvía en su contra.
Pulsó el botón, corrió al pasillo, su cocina la asfixiaba. Su corazón se había calcinado mientras, largo tiempo atrás, sin murallas, había dado la bienvenida al querer. Aquel sentimiento se encargó de romperla por dentro, de no saber diferenciar el llanto del dolor del que nacía cuando cocinaba para él cada noche, cortando cebollas con un cuchillo ni la mitad de afilado y dañino que sus mentiras.

Respiró. El agua persistía, insistente, ignorando que ella hubiera puesto en marcha la secadora. Entonces, se rindió. Purificó sus retinas entrelazando sus pestañas con la fuerza de sus lágrimas. Allí, recogida en una esquina, continuó respirando. La secadora terminó el programa. La humedad había calado en su alma para siempre, un siempre que no aparecía en su calendario.

lunes, 7 de enero de 2013

Guerra


7 de enero de 2013

Because you only need the light when it’s burning low
Only miss the sun when it’s starts to snow
Only know your lover when you’ve let her go
Only know you’ve been high when you’re feeling low
Only hate the road when you’re missin’ home


El mundo ya no caminaba. Destrozado, magullado por las heridas de una guerra psicológica que solo se apercibía a través de las lágrimas que raudas corrían mejilla abajo.

Gris, pesado. Sobrevolaban los cielos de tal tono miles de ilusiones, buscando un recoveco por el que traspasar la muralla que las frenaba de ver el sol, de dorarse, de iluminar. Las alas que los sueños les brindaron quedaron desplumadas mucho antes de aproximarse al precipicio que toda alma debe vislumbrar para, al fin, respirar.

La melancolía es maestra, mentora, tiene un don para empañar las travesías, la estancia, la propia existencia. No hay desplazamiento que no implique nostalgia. El ser humano nunca se contentará con lo poseído. El periodo que se le permite escapar nunca será lo suficientemente largo, el viaje que le brinda la oportunidad para despegar nunca lo suficientemente satisfactorio, la familia jamás regocijará tanto como para cubrir las ausencias que tiempo atrás comenzaron a poblar el hogar, la amistad puede que no tan fuerte para erigirse como un asilo, un lugar de paz en el que ocultarse cuando la adversidad amenaza con vencer, el amor quizá nunca tan bueno para tender puentes mientras empaña otros recuerdos oscuros.

Gritadme por qué todo merece continuar caminando sobre una pauta ya oxidada, por qué la ilusión y la inocencia abandonan tan temprano, por qué el recelo impregna cada acción, cada abrazo, cada sonrisa. Bramad para explicar por qué un hombre satisfecho no despierta alegría sino envidia, por qué el amor no puede ser sincero y los guiños puros, por qué el vacío se empeña en exhibirse a cada instante, sin importar la opulencia, el querer desmedido, las metas poco a poco alcanzadas.

Ese cielo que parece opaco constituye la respuesta. No hay salvación si uno no cree en ella, no existe amor si uno no confía al precipitarse al vacío. No hay éxito si las piedras continúan siendo tiradas sobre el propio tejado, ni familia ni amistad si uno no desea agradecer su calor.

La guerra siempre fue librada a medio camino. En un lugar perdido, entre la mente, el corazón, las entrañas y el olvido.