jueves, 7 de marzo de 2013

Tiempo a medida

7 de marzo de 2013

Does he know when you're sad?
You don't like to be touched,
Let alone kissed.
Does he know where your lips begin?
 


Tres lavadoras, dos secadoras, 70 minutos, fin. Vivía en un universo tan alejado de lo que conocía como real que el calendario solo marcaba el paso del tiempo los domingos, tachados cada dos semanas.

Enjuagaba su mente mientras observaba las máquinas y su centrifugado, vuelta tras vuelta. Sus pensamientos se ahogaban al acurrucarse, ya sin voluntad, entre los pliegues de su ropa. Al principio siempre luchaban por huir del torbellino, pero ella se encargaba de candarlos, de que el agua penetrara por cada espacio abierto, de que obnubilara cualquier rastro de conciencia.

Ella había comprendido lo bruto de la vida. Lo costoso que resultaba deshacerse del regusto amargo de un segundo de dolor y la frustración de no poder conservar lo dulce de la hilaridad. Para qué renegar de todo aquello pretendiendo que se es dueño del reloj. Por eso se aislaba, la intensidad con la que siempre vivió la había estrepitado repetidamente contra el suelo, las cicatrices nunca desaparecían, y ella ya no podía recordar ni la felicidad ni su sonido.

Cerró la secadora con intensidad, los veinte minutos de aquellas tres lavadoras no estaban dando resultado. Sus ideas peleaban, vehementes. Ansiaban inundar sus ojos. El agua se volvía en su contra.
Pulsó el botón, corrió al pasillo, su cocina la asfixiaba. Su corazón se había calcinado mientras, largo tiempo atrás, sin murallas, había dado la bienvenida al querer. Aquel sentimiento se encargó de romperla por dentro, de no saber diferenciar el llanto del dolor del que nacía cuando cocinaba para él cada noche, cortando cebollas con un cuchillo ni la mitad de afilado y dañino que sus mentiras.

Respiró. El agua persistía, insistente, ignorando que ella hubiera puesto en marcha la secadora. Entonces, se rindió. Purificó sus retinas entrelazando sus pestañas con la fuerza de sus lágrimas. Allí, recogida en una esquina, continuó respirando. La secadora terminó el programa. La humedad había calado en su alma para siempre, un siempre que no aparecía en su calendario.

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