sábado, 26 de noviembre de 2011

Y limitar la infinidad

26 de noviembre de 2011



I've swung from chandeliers and climbed Everest
And none of it's got me close to this
It's time




¿Qué se escucha? Nada. Hay demasiado ruido en este mundo para que cada uno sea capaz de escuchar sus propias ideas y, cuando se consigue, se antojan innovadoras, reveladoras, cargadas de ingenio y derrochadoras de sabiduría aún no demostrada pese a cargar este planeta con miles de años sobre sus espaldas.

No somos tan distintos, y el ansia por controlar el tiempo es, sin duda, uno de los principales puntos a conseguir en la lista de deseos y sueños por cumplir, tal es la poca avaricia del ser humano...¿o debería decir “tal es la estupidez”?
¿Para qué elaborar calendarios y sentir así la necesidad de clasificar los momentos en segundos de alivio y períodos de tensión? ¿Para qué contar los días que quedan y no los que han volado sin apenas haberlos retenido un instante entre los dedos? ¿Para qué hablar de días grises, oscuros, en los que la fatalidad se convierte en compañera inseparable del espíritu, y no buscar conocer los días blancos, jornadas que irradien luminosidad y paz, en los que los libros -otro invento compresor del tiempo- nos muestren de una vez por todas una página impoluta en la que plasmar nuestros movimientos sin el peso del pasado.

El ser humano se autocondena al desasosiego tachando, de una manera aparentemente inconsciente, las horas que quedan para que los signos de la edad tiñan de blanco los capilares del cuerpo, principal continente de un alma siempre joven. Parecen empeñados en negar y censurar que el espíritu no entienda de fatigas ni de decepciones, que sea regenerador en su esencia. Se colocan dos tableros de madera a ambos lados de la cabeza para observar un único horizonte, horizonte que cada vez abrasa con más incandescencia la propia mirada a pesar de la lejanía con la que el sol hace su aparición. Lo inalcanzable puede dar pánico, pero no por ello se debe dejar de perseguir. Existen las vistas panorámicas para apreciar una realidad infinitamente rica.


Precisamente, esa infinidad se vende a precio de oro para, después, enfrascarla en cualquier diminuto recipiente que impida, incluso al mismo dueño, su disfrute. Si se dijo que el hombre era un lobo para el hombre no fue en vano, pues nadie nos ha puesto límites salvo nosotros mismos, nadie se empeñó en llamar a la luz día y a la oscuridad noche salvo la humanidad, todos buscaron dejar patente el transcurso de la historia en un afán por no perderla en las profundidades de la memoria, a la que también se puso, de paso, fronteras.


El problema radica en que se quiere refrenar también a aquellos que buscan deshacerse de los límites temporales, seres que añoran vagar libres por la faz de la Tierra con la única preocupación de que existe un fin. Fin del que nunca se sabrá la hora.


Admiro ese tipo de inconsciencia; en ocasiones, solo se puede ser plenamente feliz en la ignorancia. Aun así, no debemos renegar de toda fuente de conocimiento para permanecer en ese estado de felicidad inconsciente, siempre nos quedará la esperanza de que nunca se sabe suficiente. El saber se me antoja la única materia que se ha resistido a la imposición de unos límites, no dejemos que pierda esa batalla.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Highlight that flaw

8 de octubre de 2011

"Conozco los buenos caballos por el pelo y a los jóvenes enamorados por los ojos. El mundo es tuyo. El porvenir se abre ante ti..." - Tolstói




Yo conocí las lágrimas secas, aquellas que manaban de oasis frutos de espejismos no provocados por el asfixiante calor, sino por la asfixiante culpabilidad. No hay pañuelos que consigan borrar el trazo húmedo que dibujan sobre tus pómulos para perderse en las comisuras de tus labios, donde todo comenzó, donde el odio se materializó, donde la mala fe estableció su morada, donde una sonrisa forzada intentó borrar de un plumazo el daño causado.

Pero también conocí las segundas oportunidades, la sensación de volver a la superficie tras un rato demasiado largo en la frías aguas del océano, el tiritar, la piel de gallina por el contacto instantáneo con la realidad que el viento peina y desenreda, como tú solías hacer con las dudas que poblaban mi mente, qué facilidad para disponerlas en finos lazos alineados de una forma bella.

La sencillez es el objetivo, el tomar impulso, saltar y no caer nunca, nuestro tiempo es infinito y nuestras ganas insaciables. Entrelaza tus dedos con mis sueños, inspira mi aliento y expira la fatiga, no entendemos de imposibles, tan solo de un montón de dispersos quizás, y me gusta lo limitado de nuestra filosofía, es lo que la convierte en inimitable...y en nuestra.

Por una vez, alzaré la voz en nombre del egoísmo. Al fin y al cabo, el mundo somos nosotros.

viernes, 11 de noviembre de 2011

110"

11 de noviembre de 2011




It's a spark in a sea of grey



The sky is blue, dream that lie til it's true






Aferrarse a lo inexistente forma parte de nuestra naturaleza, así como sentirnos ausentes y vacíos de toda sensación sin conocer el motivo de nuestra angustia. Resulta frustrante e incluso desalentadora la facilidad con la que nos perdemos en un maremágnum insustancial, como quien se ahoga en un torbellino sin haber inspirado nunca la fragancia del mar.



Nuestras ideas hace siglos que tomaron la delantera a nuestros sentidos, algún experto relojero les dio cuerda cuando aún no se habían trazado los primeros esbozos del recipiente que las contuviera. Y nuestras manos no son capaces de retenerlas antes de que salten al vacío, antes de que choquen con violencia contra el techo de una diminuta buhardilla en la que la gravedad no tiene razón de ser y la luz se esconde tras los cristales.



Una desmesurada mesita de noche inundaba la estancia con su presencia y elevaba un candelero desierto de cera, aceite y llama para evitar invocar a la vista, celadora oficial de la cárcel que nombra reos a los sueños. Un cuerpo inmóvil de aliento casi imperceptible yacía en el suelo y su palpitar estremecía la sala por la intensa carga que soportaba. Resguardaba entre sus dedos una blanca pluma de una almohada que ya no protegía el reino de Morfeo y la observaba con ansia, como intentando buscar consuelo en lo que antaño significaba.



No aguantó más. Se irguió aferrándose a la mesa, que cayó al suelo. Se tambaleó con sus propios miembros como si no conociera otra realidad que la de deslizarse entre los cielos. Lanzó la pluma al aire a la espera de que el vaivén que describía mientras caía se convirtiera en la llave de acceso al sueño eterno...



Pero nunca fue así. Abrió la puerta de la habitación y de su resentido corazón, buscó consuelo en lo que su imaginación nunca podría darle: calor.



Somos seres extraños. Querríamos controlar cada fibra del tiempo y sus momentos y que, a la vez, nos protejan de su paso. Son las aparentes paradojas del ser humano las que nos mueven a encontrarnos en las yemas de los dedos y el brillo en los ojos de otras estatuas de carne y hueso que saben reaccionar en el instante preciso para reconfortarnos y devolvernos a nosotros mismos. Una de las máximas de esta vida es comprender la delgada línea que separa lo aparentemente imberbe de lo anhelado, que luego suele resultar innecesario.



Busquemos refugio en Morfeo en la noche, cuando la conciencia y el pensamiento reclaman descanso, para reemprender la marcha a partir del siguiente amanecer, con el calor de los primeros y más entrañables rayos de sol.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Antifaz sobre cristal

6 de noviembre de 2011




I follow the road to go to heaven and, believe me, I’m not pretending to be free



If I hold my breath to see what happens...it’s the only way for me to let you feel









Llueve, y las gotas arrastran pecados y sueños río abajo mientras se precipitan al vacío una tras otra como en un salto de trampolín. ¿Valoración? Magnífica, de diez. El frío se niega a llamar a la puerta pero acecha tras los párpados de un otoño que se niega a despertar del todo. Se halla preso de la telaraña de la imaginación, se resguarda de la complicada y ventosa realidad que parece dispuesta a revolverlo todo con tan solo mirarla.

En ese aparentemente placentero sopor, el otoño añora sentir. Los sueños no son más que una coraza, una armadura frente a las adversidades a las que uno se enfrenta al vivir. De hecho, es ahí donde reside el encanto de la vida: en lo difícil, en ser descifrador de verdades que ocultan intenciones truculentas, en escuchar la calma del mar en medio de una tormenta, en atrapar un guiño al vuelo para rememorarlo en un momento de necesidad y encontrarlo, de veras, confortable.

El hombre buscará declarar patrimonio hasta el final de los tiempos. Poseer, conservar, retener en sus ávidas manos tanto lo perenne del mundo que le rodea como lo cambiante. Querrá dominar las estaciones, apagar el sol para causar incertidumbre.
La oscuridad siempre infundió temor.

Fue entonces cuando el egoísmo regaló un antifaz a las pupilas de cristal del ser humano para asegurarse de su completa ceguera y pagarle, así, con su misma moneda. Le arrebató la oportunidad de descubrir la felicidad de un simple vistazo y le ató las manos y le amordazó la boca para que cayera en la tierra que tanto se empeñó en conquistar, para que el penetrante olor del suelo vociferara en su mente y le recriminara su estupidez. No hay peor castigo que la evidencia de lo inútil.


Maldiciéndose por su insensata conducta, por su afán por dejar de lado lo emocional y verse dueño del mundo, por abandonar la esperanza, guía y luz de las almas buenas, para rendirse ante lo seductor de lo palpable…el hombre se tendió, inmóvil, sobre la grava. Y comenzó a llover intensamente. Y las gotas de lluvia apartaron el pelo de su frente y convirtieron en mullido su lecho, sus manos sintieron frescor y su lengua se apresuró a saciar su sed. Sus recuerdos echaron alas, impulsados por la fuerza de la lluvia, y percibieron la realidad a través del antifaz y de sus pupilas de cristal. Comprendió que había llegado el otoño, que tocaba deshacerse de lo viejo y de lo que creyó perenne cuando, en realidad, solo se trataba de la fachada que cubría la fragilidad de su interior.

Resulta horriblemente conmovedor el poder convencer a una persona de lo correcto o fatal de sus actos y reconducirla por un sendero.
Resultaría más entrañable aún que esa persona retrocediera sobre sus propios pasos movida por un fugaz arrebato de buena conciencia.

La mano del hombre no puede controlarlo todo.
Las estaciones cambian cuando el tiempo lo estima oportuno.