1 de octubre del 2012
Your eyes they tie me down so hard
I'll never learn to put up a guard
So keep, my love, my candle bright
Learn me hard, learn me right
I'll never learn to put up a guard
So keep, my love, my candle bright
Learn me hard, learn me right
Retén, aferra con garra, expira liberando tan solo aire, no
alma. Persiste y abrasa tus manos al asir la cuerda que lucha por escurrirse
entre tus dedos. Siente las fibras entrelazadas y deja que articulen tus
huesos. No vuelvas la cabeza y posa tu mirada en aquello que ansía huir. No se
lo permitas, no desistas.
Recuerdo el momento en que comenzaste a tensarla, cuando ya
apenas contemplabas la opción de asirte a nada más. Recreo tu rostro vacío, un
semblante apagado como un cielo de otoño, cuando las hojas aún no se han
tostado por completo. Robado había sido el candor de la luz que te impulsaba y
así lo reflejabas.
No te resignaste a perder. Regresaste antes de haber partido
para siempre, retando al destino, apropiándote del calor de otra vela
desgastada de llorar cera. Robaste su último hálito de vida para reforzarte y
avivarla al mismo tiempo, para recuperar así la vida de una habitación
abandonada.
Dicen que el corazón aprende a latir, lentamente. También
que su palpitar cambia de compás, que para y se reinicia cada vez que las
lágrimas se mezclan con la sangre, cada vez que el dolor se apodera del cuerpo.
La melodía del hombre nunca es la misma, desconoce las aliteraciones y
reivindica un sentir original, nunca imitaciones.
Existen momentos puntuales que voltean toda una trayectoria,
confieren una nueva visión y encarrilan las ideas sin necesidad de retomar las
riendas del pasado. Él ya está adherido a nuestra piel, sin costuras, sin
remates. Las nuevas ilusiones no se presentan como parches ni vendajes, tampoco
mudaremos de piel para desprendernos de las heridas. Ellas recomponen una
felicidad creída olvidada. Nos graban en la memoria que nunca se pierde, tan
solo se despista y, de vez en cuando, se vuelve a encontrar.