lunes, 26 de diciembre de 2011

Mecánica

25 de diciembre de 2011


The record stands somehow

Thinking of winter







“De cuando la existencia es, simplemente, el llamar a un timbre y huir sin hacer oír tu voz, sin dejar constancia de que has estado ahí, sin preguntar por aquello que habías estado buscando, sin abrir la puerta que te condujera a reencontrarte con quien te quiso y no ver, así, que habría sucedido más allá”.

La escarcha que cubría los adoquines la hacía caminar con un paso más pausado de lo deseable, pero su mirada no reflejaba vacilación alguna. Sumergió la mano en su bolsillo derecho e intentó asir la llave del portal, oculta bajo el forro del abrigo tras haber caído por un agujero que, hace varios días, se prometió enmendar. Sin embargo, no encajaba en la cerradura, el metal se resistía a desbloquear el mecanismo para acceder a aquel hogar, tan cercano y frío al mismo tiempo.


El ruido sordo resultante al chocar contra un hueco que no aceptaba su forma descerrajó el candado que apresaba los recuerdos de unos inviernos bañados por la compañía y el jolgorio, pero también amordazados por la discusión, incentivada por dosis de alcohol sobrepasadas. Vio un cielo apagado de estrellas, árboles mustios sin adornos navideños, ángeles sin voz ni alas y nieve que quemaba antes siquiera de teñir el paisaje de un blanco puro. Recordó su sonrisa pronto transformada en muecas de aprehensión e ira por no hallar la respuesta esperada en los labios de su amor, los golpes al vacío, las puertas cerradas y aquel dolor helado en mitad del alba. Recuperó, por último, su abrazo, sus ojos adivinadores de sueños reales en el corazón pero, al fin, inmateriales, su amor exagerado por un momento esfumado y su intención, nunca escrita a fuego lento, volada con el paso del tiempo.

El ser humano se aferra a lo efímero, a lo brillante, a lo perceptible por pocos, a la ilusión. Alzaría las estrellas fugaces como insignia de nuestra especie. Se aparecen tan lejanas, tan fácilmente adueñables y portadoras del deseo, único para cada uno e infinito en verdad… La pesada carga que portan se antoja ligera ante los ojos de un mundo que confía su destino en ellas cada vez que bajan la guardia y surcan los cielos en la noche. ¿Por qué no confiar en lo palpable, en lo permanente, en lo asible? Sencillamente, porque no existe.

El tiempo todo lo puede, todo lo cambia, todo lo desenmascara y nuestro subconsciente, compuesto por las finas arenas de ese tiempo, lo conoce a la perfección.
Nuestros impulsos nos guían hacia la eternidad y el camino son los sueños, congelados y moldeados al fuego de nuestro crecimiento. No es que las llaves no encajen, no es que las cerraduras se alteren. Nuestros propósitos crecen con nosotros y no siempre al mismo tiempo, no siempre siguiendo las estaciones, no siempre linealmente. Se anticipan a nuestra conciencia y nos sorprenden al querer abrir una puerta que ya hace tiempo cerramos o que quizá jamás llegamos a traspasar.


Que una llave no abra ahora una puerta no significa que nunca lo hiciera.

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